Identidad universal

¿Qué nos hace ser nosotros?

Teseo volvía de la Isla de Creta, después de múltiples empresas. El regreso era un viaje largo, y su barco había enfrentado miles de batallas, por lo que pronto comenzó a deteriorarse, sufría constantemente de averías que requerían cambiar sus tablones por aquellos en la bodega, cambiarlos de lugar e ir reemplazando sus piezas con aquellas que iban comprando durante su camino. Al final del viaje, todas las piezas del barco habían sido reemplazadas en su totalidad, y cuando en el puerto le preguntaron a Teseo “¿Qué tal el viaje en tu barco?”, este se preguntó si realmente era aún su barco, o no, al estar totalmente reconstruido.

Esta, es “la paradoja de Teseo”, y es una de mis favoritas. Cuestiona el milenario problema de La Identidad, aquello que hace que una cosa “sea” ella, o bien, que una persona sea la misma que conocemos, a lo largo del tiempo. ¿Qué pasaría si aplicamos esta paradoja a una persona? Cual hombre bicentenario de Asimov, pero al revés, podríamos ir reemplazando cada una de nuestras partes biológicas por partes mecánicas, ambos brazos y piernas, órganos, cerebro, todo, y entonces, ¿Al final seriamos la misma persona?

Encuentro la demostración de identidad en la confiable prueba del tiempo. Cuando uno se va, cuando abandona, y muchos, pero muchos años después se reencuentra con aquellos que le conocían, no basta el nombre para que te identifiquen, y antes de llegar hasta las anécdotas que juntos vivieron, la mente de aquellos que conocimos se esfuerza al máximo por recordarnos mediante una sola, simple y elegante prueba: Nuestro rostro.

Ya nada de nosotros es lo mismo que hace 7 años. Todas nuestras células se han regenerado, nuestro cabello, piel, uñas, incluso vivencias y experiencias, han cambiado. Nuestro rostro también, pero, ha tenido más bien una metamorfosis, y ese cambio es aún calculable por los demás para saber que nosotros somos nosotros. Y ahora, no solo las personas lo pueden determinar, también las máquinas.

Minuto con minuto, los algoritmos de reconocimiento facial se van haciendo más complejos, más robustos, y permiten transformar nuestro rostro a datos que las máquinas entienden, transmiten, almacenan, para saber que nosotros, con cierta metamorfosis, somos nosotros. Esta tecnología cobrará relevancia especialmente ahora, en el mundo post-covid, donde ser identificado de forma automática al llegar a un recinto, sin necesidad de tocar nada ni hablar con nadie, puede ser muy valioso para evitar contagios. Entre otras ventajas, la identificación facial podría ir más allá y detectar edad, género, emociones e incluso estados de ánimo, para enriquecer la experiencia de los visitantes a un evento.

Bastará entonces portar aquello que nos puede identificar incluso aunque hayan reemplazado todos nuestros tablones en el viaje: Nuestro rostro. Eso sí, déjandole a la máquina ver brevemente nuestro rostro detrás del cubrebocas.

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